Anselmo Lorenzo

Anarquistas, Anarquia y Anarquismo

(1911)

 



Nota

Fuente: La Anarquia Triunfante, Barcelona, 1911

 


 

Ahora me hago cargo de esta pregunta: “¿Va a desaparecer el anarquismo?”

Ante todo, a los que preguntan eso ha de respondérseles con otra pregunta: “¿Va a ser eterna la autoridad?”

¿Qué anarquista osará responder afirmativamente? Ni aún lo del famoso cero de la autoridad puede invocarse como respuesta.

Cualquiera que fuese la opinión de un desequilibrado, ello es que no puede dejar de ser lo que es natural encadenamiento cronológico de sucesos: si el curso de un río no se detiene ni menos se vuelve hacia su manantial; si la desigualdad social por usurpación de riqueza y de mando se desprestigia más cada día, y la igualdad se va mostrando por racional compensación esplendorosa de razón y de justicia; si lo que es en sí y por sí como abstracción intelectual, como hecho histórico y cómo inducción racional para lo futuro es mal apreciado y peor comprendido por hombres de nuestra generación y hasta por anarquistas declarados, a causa de su escasa instrucción, de su salud averiada o de su temperamento circunstancial, a la anarquía, ideal hoy, realidad mañana, le es absolutamente indiferente.

Conste: anarquía es una cosa y anarquismo es otra. La anarquía es el complemento del hombre, el curso regular de los sucesos, la obra del tiempo y, en último extremo, la verdad matemática, y el anarquismo es la variabilidad de los anarquistas; la una es roca inconmovible, escollo o puerto de salvación, según el punto de vista del que juzga; el otro es la veleta que gira a impulsos del entusiasmo juvenil, de la traición cobarde y egoísta o del escepticismo caduco.

De la anarquía se recibe inspiración, porque es la verdad que impulsa y guía; del anarquismo se ha de tomar lo bueno que pueda dar de sí — iniciativas racionales de propaganda y de combate, demostraciones científicas, críticas sociales, avances sociológicos, inspiraciones artísticas, etc.— y se ha de apartar con cuidado lo que pueda ser nocivo — variedades individuales, envidias y rencillas interpersonales, dogmatismo, sectarismo, miedo o poltronería disfrazados de prudencia, etc., — procurando aprovechar la lección que de ese contraste se desprenda para elevar uno por si mismo la propia dignidad.

La misma variedad de la idea anarquista que presentan sus expositores y defensores prueba la vitalidad del anarquismo, porque cada diferencia representa, más que diversidad de doctrina, particularidad de apreciación por efecto de circunstancias especiales de ocasión, de temperamento, de sensibilidad y de consiguiente orden de juicios propios de cada individuo.

Hay quien manifiesta tendencias exageradamente individualistas, porque, dificultado siempre por la masa social con sus imposiciones, aspira a una independencia imposible para todo individuo por la natural insuficiencia individual, y hay, por el contrario, quien, lastimado al ver el derroche de fuerzas perdidas por rutinaria ignorancia para obtener resultados mínimos o rendir tributo a irracionales prejuicios, se dirigen principalmente a la reorganización social descuidando ideas individualistas esenciales.

Nada: diferencia de punto de vista. En resumen, una ventaja; porque cada diferencia puede servir en último término como una especie de monografía que los sintetizadores hallarán como materia aprovechable para sus trabajos de conjunto, tomando todo lo útil, lo comprobado, lo exacto, y desechando lo genialmente particular y disgregante.

“Anarquistas de todas las tendencias, dice Mella en La bancarrota de las creencias, caminan resueltamente hacia la afirmación de una gran síntesis social que abarque todas las diversas manifestaciones del ideal. El caminar es silencioso; pronto vendrá el ruidoso rompimiento si hay quien se empeñe en continuar amarrado al espíritu de camarilla y de secta”.

Además, eso de la vitalidad del anarquismo cae perfectamente dentro del orden de aquellas cosas de que dijo un poeta que “son del color del cristal con que se mira”, porque su apreciación depende, no de lo que realmente son, sino del estado mental del individuo que juzga, teniendo en cuenta, como dice Buchner, que la intelectualidad depende de las disposiciones corporales e intelectuales por la educación, la instrucción, el ejemplo, la posición, la fortuna, el sexo, la nacionalidad, el clima, el suelo, la época, etc.

Que hay anarquistas avasalladores, infelices dominados atávicamente por sus tendencias dominadoras; caudillos que inconscientemente miran tras de sí a ver si son muchos, no los que les acompañan, sino los que les siguen; que calculan con criterio utilitario las probabilidades de éxito o de fracaso de su acción, o que pierden el tiempo criticando las iniciativas de los otros, no ayudando nunca, censurando siempre y sin hacer obra positiva en pro de la propaganda de los compañeros perseguidos o del ideal; esos llevan dentro de sí un burgués con mando, y hay que dejarlos, evitando enredarse con su palabrería, sin hacer caso de su ojalá ante los propósitos ni de sus censuras de moral inconscientemente cristiana tras los hechos. Por mi parte no los escucho, y si se presenta ocasión, como ahora, les digo privada o públicamente mi verdad, que es lo que a mí me parece verdadero.

Resulta, pues, que la anarquía es indestructible y además inevitable, y que el anarquismo, hasta que, por equilibrio individual y colectivo, sean hombres y mujeres lo que han de ser, es el degenerado material, humano que para gozar de la libertad suministra el régimen autoritario del privilegio.

Pues con todo y ser así, el anarquismo no desaparece, no puede desaparecer; concedido que irán desapareciendo por el sumidero de los desperdicios, arrastrados por mortal enfriamiento o por corruptor egoísmo, individuos que un día brillaron en el campo anarquista; pero todos dejan en él lo bueno que tuvieron. Y si es verdad, como todo el mundo reconoce, que no hay idea ni energía que se pierdan, sino que, acumuladas y puestas en su lugar, son como los átomos constitutivos del gran cuerpo del progreso, lo que en pro de la anarquía hicieron los ex-anarquistas hecho queda, y un hecho puede más que todos los dioses.

Un ejemplo entre mil: en los primeros años de La Internacional en España trabajó en Sevilla un joven inteligente, activo y prestigioso llamado..., olvidemos su nombre; su palabra y sus escritos conmovieron hondamente a los trabajadores andaluces; renegó después y se hizo fraile, pero sus propagados continuaron su obra irradiándola en todas direcciones. Recluido después aquel desdichado en un monasterio de Granada como detritus en vertedero, la flor inextinguible y continuamente fresca de su pensamiento sigue la bella Andalucía obrera, y no sería difícil hallarle determinando en parte el movimiento sindicalista que se admira en toda la América latina, como consecuencia de la gran emigración de obreros españoles hacia aquellas tierras.

Aparte de que a ese comunismo intelectual humano llamado filosofía, ciencia, arte y progreso, que forma el patrimonio intelectual de la humanidad, siempre acudirá la juventud con la ingenuidad de la inocencia para reemplazar a los viejos que se excluyen o se retiran por la muerte o por la chuchería utilitaria, y, por tanto, siempre habrá para la anarquía el refuerzo constante de los hombres de juicio recto y de sentimiento generoso.

Admitamos la suposición absurda de que llegara un momento en que el anarquismo desapareciera, porque todos los anarquistas del mundo, tocados de escepticismo, se retiraran renunciando a la propaganda. ¿Qué sucedería? Los mismos disparates gubernamentales y la insaciable codicia de los usurpadores de la riqueza social darían motivo a que de la informe masa popular brotara, primero como protesta, y después como impulsó consciente y reflexivo, un pensamiento, una iniciativa, una organización y por último una acción revolucionaria con carácter necesariamente anarquista; porque tal es la ley de la historia.

Ha de reconocerse que así como en un momento dado surgió el pensamiento anarquista, en virtud de causas productoras, así se repetiría tantas cuantas veces fuere necesario; como así se está repitiendo incesantemente a nuestra vista, ya que no todos los declarados anarquistas lo han sido por contacto directo con uno de sus propagadores, y muchos ni siquiera por efecto de haber recibido la inspiración por una lectura, sino por puro sentimiento de justicia ante uno de los infinitos atropellos patrocinados por la tradición autoritaria.

Témannos o no los gobernantes, lo cierto es que mientras algunos anarquistas, por efecto de sensible debilidad cerebral, ven gris lo que antes veían color de rosa, hay hombres de ciencia, a quienes el anarquismo no les preocupa lo más mínimo, que escriben sencillamente, avalorándolo con el prestigio de su sabiduría, pensamientos tan netamente anarquistas como el siguiente:

“La tierra para todos, las energías naturales para todos, el talento para todos: he aquí la hermosa divisa de la sociedad del porvenir. Urge, pues, reintegrar el hombre en las leyes de la evolución, devolver el capital, secuestrado en provecho de unos pocos, al acervo común de la colectividad, continuar, en fin, la historia biológica de la raza humana, estancada por el egoísmo y la injusticia de tres mil años dé civilización.” (Evolución Superorgánica, prólogo).

Así piensa un hombre llamado Santiago Ramón y Cajal, cuyo nombre se halla inscrito en el Registro en que constan los nombres de los grandes descubridores de los arcanos naturales y no todavía en el de los sospechosos que conserva la policía para la salvaguardia de los privilegiados.

 


[Home] [Top]