Ricardo Mella

El Anarquismo naciente

(1903)

 



Nota

El Anarquismo naciente se publicó a continuación de La bancarrota de las creencias, en un folleto editado en Valencia, en 1903, por Ediciones El Corsario.

 


 

Nunca segundas partes fueron buenas. Pero amigos queridos que, juzgando buena la primera, decidieron editarla en folleto, me piden que amplíe la materia un unas cuantas cuartillas más, y no puedo ni quiero negarme.

Escribí «La bancarrota de las creencias»[1] en un momento de dolorosas impresiones por el derrumbamiento de algo que vive en la ilusión, más no en la realidad, que juega a veces con las ideas y con los afectos para darnos el tormento de nuestra propia impotencia y de nuestros errores reconocidos.

No cede la verdad sus fueros a los convencionalismos ideológicos, y los que nos preciamos de rendirla culto, ni aun por sentimiento de solidaridad, mucho menos por espíritu de partido, habíamos de sacrificar la más pequeña parcela de aquello que entendemos está sobre todas las doctrinas.

Quién quiera que haya seguido atento el desenvolvimiento gradual de las ideas revolucionarias, del anarquismo principalmente, habrá visto que en el curso del tiempo llegaron a cristalizar en los cerebros ciertos principios a modo de condiciones infalibles de la verdad absoluta. Habrá visto cómo se han ido elaborando pequeños dogmas y cómo por el influjo de un misticismo extraño se llegó, en fin, a la afirmación de credos cerrados, pretendiendo nada menos que la posesión de toda la verdad, la verdad de hoy y de mañana, la verdad de siempre. Y habrá visto, cómo después de nuestros escarceos metafísicos, nos hemos ido quedando con las palabras, con los nombres, y vacíos por completo de ideas. Al culto a la verdad sucedió la idolatría por la nomenclatura sonora, la magia del efectismo, casi la fe en la fortuita combinación de las letras.

Es el proceso evolutivo de todas las creencias. El anarquismo, que nace como crítica, se trueca en afirmación que toca los linderos del dogma y de la secta. Surgen los creyentes, los fanáticos, los entusiastas del hombre. Y surgen también los teorizantes que hacen de la ANARQUÍA un credo individualista o socialista, colectivista o comunista, ateo, materialista, de esta o de otra escuela filosófica. Finalmente nacen en el seno del Anarquismo los particularismos por la vida, por el arte, por la belleza, por la superhombría o por la irreductible egoística independencia personal. Se parcela así la síntesis ideal y, poco a poco, hay tantas capillas como propagandistas, tantas doctrinas como escritores. El resultado es fatal: caemos en todas las vulgaridades del espíritu de partido, en todas las pasioncillas del personalismo, en todas las bajezas de la ambición y de la vanidad.

¿Cómo poner la llaga al descubierto sin tocar a las personas, sin convertir el asunto en piedra de escándalo, en materia de nuevas acusaciones e injurias?

Que el Anarquismo ha llegado a ser para muchos una creencia o una fe, ¿quién ha de negarlo? Pues porque ha llegado a serlo se han provocado apasionadas contiendas, divisiones injustificadas, exclusivismos dogmáticos, es por lo que, cumplida la evolución, la bancarrota de las creencias, realidad en los hechos, debe ser proclamada sin rebozo por cuantos amamos la verdad.

Cuando el Anarquismo ha ganado más terreno, debía surgir necesariamente la crisis. La iniquidad se manifiesta en todas partes. Libros, revistas, periódicos, reuniones reflejan los efectos del raro contraste producido por el choque de tantas opiniones que se han colado de rondón en el campo anarquista. En pugna abierta los particularismos doctrinales, caen uno a uno en la batalla de las creencias. Ninguna está firme, no puede estarlo, bajo pena de autonegación.

La ilusión de un Anarquismo cerrado, compacto, uniforme, puro y fijo como la fe inmaculada en lo absoluto, pudo vivir en los entusiasmos de momento, en las imaginaciones febriles, ansiosas de bondad y de justicia; pero exhaustas de verdad y de razón. Muere fatalmente cuando el entendimiento se aclara y el análisis desgaja las entrañas de la idealidad. Y llega el momento supremo de hacer añicos las propias creencias, de romper los cachivaches ideológicos adquiridos en tal o cual autor, en el amorío con ésta o la otra tesis social o filosófica. ¿Por qué ocultarlo? ¿Por qué continuar batallando a nombre de puerilidades pseudos-científicas y semiológicas? La verdad no se encierra en un punto de vista exclusivo; no se guarda en arcas de frágil tabla; no está ahí a la mano ni al alcance del primer osado que resuelva descubrirla. Como las ciencias, como todo lo humano está en formación, estará perpetuamente en formación. Estamos y estaremos siempre obligados a caminar tras ella por tanteos sucesivos, que no de otra suerte se forma el caudal de los conocimientos y se establece la certidumbre.

Es así como el Anarquismo será superado. Y cuando hablo del Anarquismo y digo que bulle en muchos cerebros algo incomprensible para el mundo que muere, y que se presiente más allá de la ANARQUÍA un sol, que nace porque en la sucesión del tiempo no hay ocaso sin orto, es del Anarquismo doctrinario, que forma escuela, que levanta capillas, que edifica altares. Sí; más allá de este momento necesario de la bancarrota de las creencias, está la amplia síntesis anarquista que recoge de todos los particularismos afirmados, de todas las tesis filosóficas, de todos los avances formidables de la común labor intelectual, las verdades establecidas bien comprobadas, por cuya demostración toda lucha es ya imposible. Esta síntesis amplísima, expresión acabada del Anarquismo que abre sus puertas a todo lo que llega del mañana y a todo lo que queda firme y fuerte del ayer y se reafirma en el embate de hoy que escudriña lo desconocido, esta síntesis es la negación terminante de toda creencia.

No es menester gritar: ¡abajo las creencias! Ellas perecen a sus propias manos. La creencia es un obstáculo al conocimiento, como la fe. Y en el rebullir inquieto de cuantos nos decimos anarquistas, las creencias fracasan. No lo ocultaremos. Que cada uno arroje de sí la vieja dogmática de sus opiniones, los amores de su predilección filosófica y, lanzando el espíritu por los anchos senderos de la investigación sin trabas, llegue hasta la concepción del Anarquismo consciente, viril, generoso, que no riñe sino con los convencionalismos y con los errores y tiene tolerancia para todas las ideas, pero que no acepta, ni aun a título provisorio, sino aquello que esté bien comprobado.

Este Anarquismo es el que se halla en formación callada, es el que se elabora lentamente en las creencias capaces de sentir la presión de los atavismos que surgen por doquier, es el que me hizo escribir «La bancarrota de las creencias»: un grito de protesta contra la realidad del rebaño anarquista, de aliento para la independencia personal, de expansión para el ideal que cada día vive más fuerte en mí y me anima a la pelea por un porvenir que no he de gozar, pero que será de justicia, de bienestar y de amor para los hombres de mañana. Este Anarquismo es el Anarquismo naciente, capaz de recoger con su seno todas las tendencias libertarias, de alentar todas las nobles rebeldías y de imprimir a los espíritus generosos el impulso de la libertad en todas las direcciones, sin cortapisas y sin prejuicios, con la sola condición de que el exclusivismo no levante murallas chinescas y de que el entendimiento se entregue por entero y sin reservas a la verdad que late vigorosa en las más diversas modalidades del ideal nuevo.

Ya no se dirá a nombre del Anarquismo: ¡no más allá! La justicia absoluta, revivida en el dogma que muere, no será sino la meta indeterminada que cambia según se desenvuelve la mentalidad humana. Y no caeremos de nuevo en el extraño y singular error de fijar un límite, por lejano que sea, al progreso de las ideas y de las formas de conveniencia social.

El Anarquismo naciente proclama el más allá inacabable después de haber derribado todos los valladares del secular absolutismo intelectual de los hombres.

¿No creen que fracasan actualmente todos los particularismos, todas las teorías que se derrumban, todas las fábricas de cascote levantadas torpemente para mayor gloria de dogmas nuevos? ¿No creen que la bancarrota de las creencias es el último anillo de la cadena humana que se quiebra y nos ofrece la amplitud total de la idealidad anarquista pura y sin mácula?

La fe les habrá cegado. Y harán bien en renunciar a la palabra libertad; que se puede ser rebaño aun dentro de las ideas más radicales.

Por nuestra parte nos limitamos a registrar un hecho: anarquistas de todas las tendencias caminan resueltamente hacia la afirmación de una gran síntesis social que abarque todas las diversas manifestaciones del ideal. El caminar es silencioso; pronto vendrá el ruidoso rompimiento si hay quien se empeñe en continuar amarrado al espíritu de camarilla y de secta.

Quien no se haya emancipado por el mismo quedará rezagado con el movimiento actual y será en vano que busque redentores. Morirá esclavo.

 


 

Nota

[1] La bancarrota de las creencias, por Ricardo Mella, «La Revista Blanca», número 107, Madrid, 1 de diciembre de 1902.

 


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